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Tercer centenario de la Capilla del Pilar de la Catedral de Santiago (1723-2023)

jueves, 12 de octubre de 2023
Con cariño a las Pilares y a las «Pilaristas».

AL ENTRAR EN LA CATEDRAL DE SANTIAGO por Platerías es normal dirigirse, casi por instinto, hacia lo que más relumbra: la capilla mayor, con el baldaquino y la restaurada pintura de la bóveda que la realza.
El Apóstol, con esclavina de peregrino, sedente -que no indiferente- del Maestro Mateo, Tercer centenario de la Capilla del Pilar de la Catedral de Santiago (1723-2023)la Inmaculada de F. Pecul y el Santiago de M. de Prado, con su reluciente caballo blanco, llevan a detenerse en este crucero e inmortalizar la visita entre velas, rezos y algunos flashes.
Menos habitual, salvo en año santo, es bordear la girola y fijarse en sus detalles.
La conocida como «Capilla del Pilar», a secas, es suntuosa pero oscura. Por ella penetra el murmullo y barullo de la Plaza de la Quintana. No fue pensada para el culto si no para albergar una sacristía, pero lo que comenzó bajo esa idea se convirtió en casi una catedral dentro de otra basílica jacobea.
Los preliminares de su construcción fueron largos y tuvieron mil atrancos. Sin embargo, su finalización y actual uso se resolvió prontamente, gracias a un prelado que le dio gran impulso en la treintena de años que regentó esta archidiócesis: Fray Antonio de Monroy (Santiago de Querétaro 1634-Santiago de Compostela 1715).
Lo que le empujó, según dijo, fue hacer «una copia de la santa imagen, cuya devoción resplandece en el Santuario que se intitula Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, para que «los peregrinos que vinieran a visitar el templo de Nuestro Santo Apóstol, hallen en él un diseño de la primera Peregrina». Siendo tan extensa su devoción por la península y por la Nueva España resultaba insólito no ser venerada en nuestra catedral.
ALLÁ POR LOS AÑOS 30/40, MARÍA se trasladó -como en un vuelo- desde Palestina para fortalecer al apóstol Santiago en la tarea de evangelizar Hispania. Y se mostró sobre una columna que quedó como signo de tal milagro.
Desde entonces hay noticias del culto a María bajo esa advocación del «Pilar». No es cuestión de entrar en comentarios sobre este tema. Baste decir que cada cual prefiere verla revestida con diferentes ropajes, según gustos, épocas y sensibilidades particulares. Para mí, la del Pilar es la ideal.
Al levantarse el espléndido órgano de nogal y castaño de la nave central, entre 1709 y 1713, cual música policoral de entonces, se hizo un guiño a la supuesta rivalidad (¿o armonía?) entre María y Santiago. Si se mira a lo más alto de las cajas trazadas por Domingo de Andrade, se puede ver a un lado al Apóstol a caballo y enfrente a la Virgen del Pilar.
FUE EN EL AÑO SANTO DE 1723 cuando se aceleró el proyecto financiado por Monroy, fraile/arzobispo dominico -ya fallecido- y mecenas de numerosas obras de la ciudad (en Belvís, Conxo, Orfas, Bonaval, etc.). El 2 de octubre el cabildo de Compostela recibió noticias del de Zaragoza «en que participa le concedió su Santidad el rezo de Nuestra Señora del Pilar para agrado del Arzobispado». Un logro sin duda muy esperado, del que se congratula el clero de Santiago: «Visto por dichos señores acordaron le responda, dándole la enhorabuena y que deseará el cabildo se extienda por esta iglesia y a toda España». Es llamativo y diría que, conociendo algunos entresijos de las relaciones de Monroy con la catedral, tal comunicado no esté reflejado en los correspondientes acuerdos capitulares.
COMIENZA LA CUENTA ATRÁS para conmemorar los tres siglos transcurridos desde entonces. ¿Qué perdura? Casi todo: retablo, lámpara, tallas, cajoneras que delatan su Tercer centenario de la Capilla del Pilar de la Catedral de Santiago (1723-2023)primigenio destino, y la figura orante de Monroy, promotor e interesado en implantar este culto en Santiago, sin reparar en gastos como reflejan documentos de la catedral.
EN LA NOCHE DEL 11 AL 12 DE OCTUBRE DE 1723 se depositaron las cenizas del prelado en el mausoleo, y la Virgen del Pilar en el centro del retablo de F. de Casas, en talla portada y hecha a imagen de la de Zaragoza. Dos santos dominicos lo adornan -Domingo de Guzmán y Tomás de Aquino- junto al magnífico crucifijo de mármol (de procedencia italiana) y las imágenes de Juan Bautista y S. Sebastián (s. XVI). Un suntuoso lugar orquestado para potenciar la devoción mariana-jacobea, según relatos y tradiciones de diferentes épocas, lugares y personajes.
En el remate final, como curiosidad, está pintada la Aparición de la Virgen sobre nubes -no en una columna- y, a sus pies, el Apóstol, siete conversos y los discípulos, en elocuente actitud y mal encajados en el cuadro.
LA VIRGEN DEL PILAR Y SU VÍNCULO CON SANTIAGO se vieron envueltos en constante estado de pugnas, alentadas por intereses de gentes de poca o no muy buena fe.
El culto a la «Pilarica», de hondas raíces populares, se forjó en el medievo, formalizándose en los ss. XVII y XVIII. Está bien constatado y asumido.
No así la fiesta de la «Hispanidad», fijada en 1982 por Juan Pablo II. Para unos, acierto, para otros, descalabro.
¿Extraña tal hecho? Es pregunta al aire, sin afán de crear más controversias entorno a la historia del Pilar.

Pilar Alén, Profesora de la USC.
Alén, Pilar
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