Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

'Si, sí... No, no' (1)

viernes, 22 de septiembre de 2023
Entre 1773 y 1783 dos personajes se han ido pisando los talones. No tienen relación alguna de parentesco, ni de formación, ni de cuna. Son el arzobispo Francisco Bocanegra y el compositor Buono Chiodi.
Por medio -¡perdona Señora por meterte entre dos mortales!- la Virgen de Guadalupe, aunque tampoco tiene nada que ver con ambos. ¿O sí? No lo sé. Cuando acabe de atar cabos puede que algo más sepa... y ahí estaré, cual reportera a pie de calle, para darle la noticia en primicia.
Arranco con Bocanegra, sigo con Chiodi y finalizo con la devoción a la Virgen de Guadalupe, para centrarme en lo que realmente me interesa resaltar: los hechos que de algún modo los entrelazan a lo largo de toda una década.

******

Francisco Bocanegra
Para realizar el estudio biográfico sobre la figura del arzobispo Bocanegra parto de tres importantes obras. Cada una se centra en diversas etapas de su vida. Hay más, pero con esto es suficiente. Me refiero a las siguientes: el capítulo que le dedica Antonio López Ferreiro en su 'Historia de la Santa A.M. Iglesia de Santiago', la biografía que sobre dicho arzobispo incluye Manuel R. Pazos en su 'Episcopado Gallego' y las 'Si, sí... No, no' (1)aportaciones de C. García Cortés en el 'Episcopologio moderno de la Iglesia Compostelano. Arzobispo de Santiago. 1751-2011'.
Se hace preciso poner de relieve que dicho prelado fue el sucesor de uno de los más destacados arzobispos de la diócesis compostelana: Bartolomé Rajoy. Su recuerdo permanecía todavía muy vivo en la mente de muchos. Incluso se pensaba que difícilmente se podría encontrar un sustituto para un arzobispo de tanta valía.
El nuevo prelado, Francisco Alejandro Bocanegra y Xivaja, pertenecía a una familia de la nobleza andaluza. Nació el 10 de mayo de 1709 en Santa Cruz de Marchena. Estudió en Cuenca; más tarde en la universidad de Granada, y se doctoró en Ávila en Filosofía y Teología. Penitenciario de Coria y Arcediano de Almería, en 1758 fue nombrado obispo de Guadix y Baza; la consagración tuvo lugar en Madrid, en el Real Monasterio de las Salesas. En 1772 fue elevado a la condición de arzobispo de Santiago.
El primer contacto de Bocanegra con el cabildo de su nueva diócesis tuvo lugar en octubre de ese año. El prelado le escribió manifestándole la satisfacción que le producía su reciente nombramiento y este destino. El 12 de diciembre volvió a dirigirse al cabildo catedralicio para pedir que le fuesen costeados los gastos de viaje y de Bulas relativas a dicho nombramiento.
Puesto ya en camino hacia Santiago, hizo una breve escala en Madrid, desde dónde, el 13 de febrero, envió nuevamente noticias al cabildo. Estando ya en la ciudad de Toro, se vio obligado a regresar a su tierra debido a una grave enfermedad sobrevenida.
Por segunda vez, en agosto de 1773, comunicó su decisión de emprender su viaje hacia Santiago. Al llegar a la ciudad de Lugo, señaló la fecha exacta de su entrada pública en Compostela, acontecimiento que no tuvo lugar en el día previsto, ya que, según parece, no hubo acuerdo entre el cabildo y el consejo de la ciudad sobre el modo de realizarse dicha entrada solemne.
Este tipo de diferencias ya se habían producido en tiempos anteriores y, aunque muchos las consideraban superadas, de hecho, siguieron presentándose.
Por fin, tan anhelado acontecimiento tuvo lugar el 5 de diciembre de 1773, "día dichoso tan deseado de mi corazón", como él mismo dijo en su discurso de salutación al cabildo. Sin embargo, esos actos solemnes no se desarrollaron con toda la normalidad que se esperaba.
Los documentos, al menos los que yo he podido hallar, no dicen nada sobre los problemas que surgieron, pero es evidente que algo extraño sucedió. Quizás se trató de simples cuestiones de protocolo, suficientes para que el cabildo tomase medidas para el futuro.
El arzobispo Bocanegra celebró su primera misa Pontifical también fuera de la fecha señalada en un principio. Motivos de salud. Se lo impidieron. Desde entonces comenzó su labor pastoral en Santiago, que fue muy intensa y fructífera, pues Bocanegra -aun sin llegar a la altura de Rajoy- fue un arzobispo de gran talla intelectual, humana y apostólica.
Murió el 16 de abril de 1782 en el pazo de Lestrove, a dónde, como en otras ocasiones, se había retirado para reponerse. En ese mismo día el cabildo todavía acordó celebrar en Santiago una misa para su restablecimiento.
Fue enterrado en la catedral, en el lugar destinado a sepultura de los arzobispos, entre el coro y la capilla mayor. Actualmente se desconoce dónde reposan sus restos, debido a que nadie se preocupó de poner una lápida sobre su tumba.
Esto exige una aclaración que, de algún modo, lleva aparejado considerar algunas de las virtudes más destacadas por todos sus biógrafos.
Las fuentes resaltan su afabilidad de carácter y su caridad con los más necesitados. Fue esto último lo que le llevó a tal grado de empobrecimiento que ni los recursos que dejó a su muerte, ni los de sus familiares, alcanzaban a costear los gastos de su entierro, por lo que al benemérito arzobispo le costó recibir un sepelio digno como le correspondía.
Ello motivó algunas protestas de parte del pueblo de Santiago. El cabildo optó por hacerse cargo de dichos gastos, al menos de modo provisional. Dadas las circunstancias equivalía a responsabilizarse definitivamente de ese enterramiento.
Cierto es que, en el momento de su muerte, Bocanegra dejó sin saldar algunas deudas, de las que ya López Ferreiro justificó su posible origen: los empeños contraídos por el donativo que hizo al monarca con motivo de la guerra entre España e Inglaterra, las abundantes limosnas a los pobres de su diócesis, los gastos de su casa y sus enfermedades.
No obstante, puede que la verdadera razón de su pobreza se debiera a esa "excesiva" 'Si, sí... No, no' (1)"caridad" con los pobres. De su generosidad quedan muchos testimonios, como el siguiente texto de una carta dirigida al cabildo:
"Como V.I. sabe consolarme con tanta bizarría en todas las ocasiones en que llego a valerme de su favor, esta misma experiencia de su generosidad me da mayor aliento ahora para la nueva confianza de presentarle mis ruegos, como lo ejecuto, bien seguro de que tendrán aceptación en el grande amor con que V.S.Ilma. contribuye siempre a los ensanches de mi corazón. Diríjome pues, a que V.S.Ilma., que siéndole factible, se sirva franquearme la cantidad de seiscientos mil reales, que necesito para salir de una vez de todos mis ahogos y poder acudir al socorro de innumerables pobres que subsisten a las expensas de mi auxilio, y cuyos vivos clamores causan en mi ánimo imponderable turbación, de la cua1 solo puedo verme libre por el medio que propongo a V.S.I., dignándose, como lo espero de su fineza, condescender a mis deseos, bajo la misma cesión que tengo hecha de las rentas pertenecientes a mi dignidad en el partido de Valladolid, en inteligencia de que el sobrante de las correspondientes a este año, y el todo de las del siguiente, quedará V.S.I. enteramente reintegrado de sus desembolsos, a cuyo efecto renovaré, como es justo, la escritura de seguridad. Con todo ello podrá V.S.I. ejercitar mi voluntad en cuanto sea de su mayor obsequio, 'interin' ruego a nuestro Señor que guarde su vida muchos años".
En esa ocasión el cabildo le concedió dicha cantidad, y no solo eso, sino que además le condonó los ocho mil ducados que se le prestaron para pagar lo que debía al Hospicio, cantidad enorme que habla del reconocimiento que el cabildo tenía de la prodigalidad del arzobispo.
En los libros de "Espolios" de Bocanegra que se conservan en la catedral de Santiago, también se encuentran abundantes referencias sobre la magnanimidad de este arzobispo, una constante de toda su vida, pues para él la limosna era ayuda de rigurosa obligación impuesta por la fe.
Vivió, en definitiva, lo que predicó en su quehacer diario.
El motivo que le llevó a redactar y publicar sermones, exhortaciones, cartas apostólicas y pláticas parece haber sido la responsabilidad que sentía de saberse ante todo "padre" y "pastor" de sus feligreses.
É1 mismo lo dejó expresado del siguiente modo: "No es doctrina de Santo Padre, pero lo es del Pastor propio, que la ha dado con el solo fin de vuestro aprovechamiento; y ya se sabe que la leche de las madres (...), aunque sea menos sustanciosa, es la más provechosa para los hijos".
Junto a su bondad estaba su celo apostólico, concretado en unos cuantos objetivos que permanecieron constantes a lo largo de su vida y que incluso le llevaron casi al olvido de sí mismo.
A ello hay añadir las grandes dotes y el buen gusto de Bocanegra en lo que se refiere al mundo de las letras. No en vano López Ferreiro le atribuyó el mérito de haber contribuido con su ejemplo a purificar la oratoria sagrada. Sus discursos, aunque profundos, resultan asequibles. ¡Que a mí me lo digan, que hace años, me los he leído prácticamente todos!
Bocanegra huyó del estilo grandilocuente de su época, pues no se ajustaba en absoluto a su carácter. Incluso llegó a decir que los sermones de su tiempo estaban escritos "en copla", o por mejor decir, "en tono de jácara". Una de sus preocupaciones fue recomendar a los predicadores de su diócesis que fuesen simples en sus discursos. Para él, la sencillez o la llaneza al tratar sobre la Divina Palabra, era, según decía, una preciosa circunstancia para obtener buen fruto.
Con todo -hijo, al fin, de su siglo- también cayó en amaneramientos algunas veces, que no dejan de ser excepciones particulares dentro de toda su obra.
En la base de la claridad de su estilo estaba su recta intención de que los discursos sirviesen para instruir y adoctrinar a sus fieles, sin pretender, en modo alguno, ningún lucimiento personal.
En algunos de esos escritos de Bocanegra se ven reflejados, de una manera especial, los problemas más sobresalientes y de mayor preocupación comunes a varios de los obispos coetáneos: la infiltración de las doctrinas de los enciclopedistas franceses y las nuevas costumbres que se estaban introduciendo en ámbitos sociales de la vida en general, y en España en particular.
Por lo que respecta a la primera cuestión, Bocanegra se adelantó a prevenir a los fieles, acentuando sus críticas hacia las ideas de Voltaire y de Rousseau, dando doctrina "clara" sobre esas novedades poco ajustadas al común de las gentes.
Acerca de las nuevas costumbres de su siglo, se mostró en todo momento en total desacuerdo. Culpaba a los "nuevos filósofos" de ser los causantes de tanta relajación en las costumbres, empleando para todo ello un lenguaje duro, que contrastaba con la afabilidad de su carácter. Véase este texto:
"Fanáticos, arruinadores de la humanidad, destruidores de las leyes, corruptores de las buenas costumbres, compositores de sistemas brutales, autores de patrañas, tramoyistas políticos en el teatro del mundo. Anticristianos, audaces, embusteros, locos furiosos, llenos de presunción y enemigos declarados de la sociedad, que con sus vanos escritos intentan pervertir".
Esta era la reacción lógica de quien, por otra parte, dedicó toda su vida a defender los principios tradicionales de la fe católica. Se puede, pues, encuadrar a Bocanegra entre el grupo de hombres de su tiempo y, en concreto, entre los obispos para quienes ciertas ideas de la Ilustración resultaban peligrosas, ya que suponían la alteración de un orden que ellos consideraban sagrado.
Sobre cuestiones morales relacionadas con la música y el teatro, escribió en esta misma línea:
"Las modas que cada día se inventan, los bailes, los saraos, los convites, los demasiados adornos, la vida ociosa y regalona, y las frecuentes concurrencias o juntas de ambos sexos, ¿qué son sino unas tropas auxiliares que lastimosamente sirven a la lascivia?"
En paralelo a este conservadurismo religioso estuvo su "pensamiento" político, siempre en consonancia con la monarquía. Fueron tales las muestras de veneración que ofreció a Carlos III que éste le concedió la Gran Cruz de la Orden, instituida por él mismo. Para Bocanegra, el monarca era un ejemplo de virtudes al que todos debían seguir; así lo dejó expresado también en varias publicaciones.
Alguna de las pastorales y exhortaciones más enjundiosas sobre una tierra que no pisó en su vida, pero a la que tuvo en gran estima dada su cercanía con la casa real, fue Marruecos y el norte de África. Siguiendo el paso marcado por Carlos III, llegó a arruinarse por las grandes cantidades que le envió, a requerimiento de éste, para apoyar económicamente sus batallas, de las que, todo sea dicho, salió vencido.
Véase, por ejemplo, la "Exhortación pastoral, que hizo para su Grei el Illmo. Señor don Francisco Alejandro de Bocanegra y Givaja, con motivo de la expedición de Marruecos, y Argel. Año de 1775". Fue editada en Santiago, en 1776, por la imprenta de Ignacio Aguayo.

******

Aquí dejo el relato de la vida, obra y pensamientos cogidos al aire de Francisco Bocanegra y paso a ocuparme de otro protagonista: el músico italiano Buono Chiodi.

Continuará...


Pilar Alén, Profesora de la USC
Alén, Pilar
Alén, Pilar


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES