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Nostalgia de tiempos pretéritos

viernes, 08 de septiembre de 2023
Cada cambio de temporada supone un revulsivo, una alteración que a todos afecta. Se nota en la vestimenta, en los horarios y hasta en la mesa. Es momento de despedirse de algunas rutinas de los últimos días de vacaciones, para poder emprender o retomar quizás otras no tan gustosas. Es tiempo de reencuentros, aterrizajes y acabóses.
Con ese título, La despedida, Los adioses, o Farewell, se conoce la Sinfonía n. 45 del vienés F. J. Haydn (1732-1809). Fue compuesta cuando, según estaba estipulado en su contrato, los músicos de Nikolaus Esterházy deseaban retornar a sus cosas, pues la estancia en ese estival palacio se estaba alargando en demasía, sin ver a sus hijos y esposas.
Ese dato es verídico, aunque de ahí surgieron diversos modos de interpretarlo. Según unos, Haydn, cual activista sindical, quiso manifestar así, con melodías, el malestar por los músicos despedidos de la orquesta de tan noble mecenas. Según otros, fue el propio Haydn, cansado de tanto montaje para distraer al personal durante la alargada época estival, quien decidió componer (nunca mejor dicho) esta obra y, con su peculiar humor, dar a entender su propósito.
Haydn estaba contento con su mecenas. En este texto lo vemos reflejado de esta explícita manera: "Mi príncipe siempre estuvo satisfecho conmigo y yo estaba en posición de mejorar, alterar y ser tan atrevido como quisiera".
Esta pieza de La despedida es una sinfonía y una obra sorpresiva, más cuando se acerca a un final nada usual.
Sus movimientos responden a lo habitual en una pieza de ese formato de entonces, con un "Adagio" añadido que la convierte en una sinfonía en cinco partes:
1. Allegro assai.
2. Adagio.
3. Menuet. Allegretto.
4. Finale Presto.
5. Adagio.
El cuarto movimiento comienza con brío, como cabía esperar, pero discurre de modo inusual. Después de un silencio nada habitual, se retoma una plácida melodía, mientras los músicos, uno tras otro, en silencio y a cuentagotas van desapareciendo de la orquesta, hasta quedar solo un intérprete sobre el estrado un músico solitario. Un sutil Nostalgia de tiempos pretéritosmodo de decir: ¡déjenos ir con la música a otra parte que aquí ya todos sobramos!
Los adioses y nuevos reencuentros casi otoñales también tienen un sinfín de "feiticiños". Entre ellos, los culinarios.
Para los más dulceros es época de emprender nueva etapa con un buen chocolate, a la taza, tableta o en una tarta.
Este dulce manjar, introducido en Europa a lo largo del s. XVI a través de España, fue desde entonces de uso y consumo "presto vivace". Incluso los monjes hallaron en este exótico producto un modo de resarcirse de los rigores del duro ayuno.
Al principio, en bruto, su sabor no era grato. Y no es de extrañar porque ahora que suele ir aderezado de azúcares o edulcorantes, a personas de cierta edad les cuesta todavía paladear los insípidos chocolates negros o con 0% azúcares añadidos. Lo dicen octogenarios que consumieron mucha cascarilla, tan asequible como amarga, en momentos en que el azúcar era todo un lujo.
Los pros y contras del chocolate generaron tanta literatura y cuento añadido (películas, libros, comics, canciones) que más vale no dedicarle demasiado tiempo y, por contra, disfrutar de él, solo, acompañado de frutos, confituras y mieles, o con bizcochos, churros o tortas.
Un galeno, muy ilustrado en este sentido, compiló el Tratado de los usos, abusos, propiedades y virtudes del tabaco, café, té y chocolate. Extractado de los mejores autores que han tratado de esta materia, a fin de que su uso no perjudique a la salud, antes bien pueda servir de alivio y curación de muchos males (A. Lavedan. Madrid, 1796). Quien quiera leerlo, ese extenso se halla en Santiago, en la biblioteca universitaria.
Aun siendo amargo, el consumo del chocolate creció en el s. XVIII, introduciéndose en la dieta gallega como alimento exquisito para bolsillos opulentos, aunque poco asequible para los menos pudientes. En el XIX se hicieron chocolates -o pseudo tales- más baratos que dispararon su uso y empezaron a ser parte de la repostería casera e industrial, apareciendo en confiterías y pastelerías en forma de bombones, coberturas, rellenos de todas clases, etc., tal como se lee en los periódicos locales.
En Santiago, La Dulce Alianza de la rúa del Villar es ejemplo de cómo J. M. Blanca tenía su mercancía, además de difundir su Manual del repostero doméstico: trescientos sesenta y cinco recetas para hacer platos de postres, o sea para cada día del año (Madrid, 1866).
Todos recordamos asimismo la 'chocolatería Raposo', local hoy renovado no hace mucho y reconvertido en lujoso espacio que de todo tiene menos chocolate en tableta.
En las casas de hidalgos y burgueses y en sus espacios de sociabilidad (teatros y salones ubicados en Hospitales de Caridad) se introdujo en la carta/menú de entonces. Nostalgia de tiempos pretéritosSu precio era el doble de una taza de caldo y tanto como una botella de vino común del mejor Ribero. Como las sesiones se alargaban desde la tarde hasta la 'madrugá', quizás diese tiempo a tomar de todo un poco.
Por entonces, Hadyn no conocía la difusión de su Farewell. Ni tampoco el goloso pastel vienés con origen en 1832: la Tarta Original-Sacher o su prima hermana la Tarta Eduard-Sacher. Hoy podemos gozar de ambos deleites. De la Sacher, con sus dos versiones en confiterías de nuestras ciudades, aderezada de mermelada de albaricoque o de fresa y sin irse a Viena.
La Sinfonía de Haydn de los Adioses pocas veces defrauda, con o sin chocolate español o vienés por medio. Quizás la hayan visto en eventuales o virtuales conciertos, o ejecutada por la Sinfónica de Berlín, observando la teatral faciana de un ya mayor Baremboim, con un semblante que es todo un poema.
En Galicia somos más de una filloa "rechea" de chocolate, "feita a man", sin injerencia de escrutadores jueces de MasterChef'es, que estropeen el dulce y reparador momento.
¡Cierra por jubilación el mítico "Metate" en Santiago! Se van con el chocolate a otra parte, con la maquinaria y aparatejos de gloriosas etapas... ¿A dónde? Eso no lo sabemos extraños a ese tema, puesto que, en la fachada, nada consta más que un escueto aviso: "Cierre por jubilación". Quizás vayan a un museo. Sería buena cosa arrejuntarla con la que está en el local de la "Fábrica de chocolates Raposo" o con la del clausurado negocio chocolatero de las Casas Reales, que algunos también recordamos con dulce o amarga lembranza.
Con notas haydinianas o compostelanas, inoportunamente desaparecen en un crítico momento tan familiares sagas de personajes que han endulzado nuestra subsistencia y vivencia en Compostela. Parece un dislate, en una ciudad que nada tiene que envidiar a Viena, pues en Santiago todo es arte, incluido el chocolate.
El cansancio y la falta de relevo, obligan al triste cierre de múltiples negocios con tantos años de existencia.
Despedidas y adioses que duelen, aunque siempre quedarán como patrimonio y como histórica memoria, y de la histórica memoria, personal y colectiva.
Alén, Pilar
Alén, Pilar


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