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El sufrimiento es 'cosa' de todos

viernes, 07 de abril de 2023
Hace poco me comentaba una persona, entre un concierto y otro, que ella no podía con Beethoven, pues no conseguía que le "entrara" ninguna de sus obras. Me extrañó de buenas a primeras, dado que es melómana, cultiva con destreza la música, escucha todos los días alguna pieza y toca varios instrumentos. No supo decirme exactamente el porqué de forma clara y convincente.

¡Qué raro! Pensé. Ante lo que para mí era poco menos que una irreverencia y banal prejuicio, sin darle muchas vueltas (aunque merecerías un sesudo análisis-) vino a mi mente una idea quizás como respuesta airada a tal arbitrario juicio o, más "prejuicio", algo que guardé entonces para mi fuero interno: "Pues a mí de Beethoven me gusta todo"...
Me seduce como músico con sus cuartetos de la primera etapa o los endiablados de sus últimos años, sus sonatas, sus sinfonías -incluida la célebre y portentosa "Novena" y, en general, toda su producción musical. No obstante, también me atrae de él su perfil humano, con su desastrada vida, con su mal humor, con sus desaires, sus altiveces y salidas de tono... y ¡con su sordera!
Que nadie me entienda mal. No me agrada saber que quedó más sordo que una tapia, que sufrió prácticamente toda su existencia a causa de ello, ni por un infortunio que estuvo a punto de llevarle a la muerte. No pesó tanto en él esa fatídica sordera, como verse cada vez más impotente.
Me gusta Beethoven en su totalidad. Me cautivan sus virtudes y defectos, en medio de su frustrada vida llena de amores imposibles, con sus achaques y enfermedades, con sus momentos de gloria y con sus depresiones.
La pérdida de oído de Beethoven no es algo "amable" en sí mismo, pero forma de su naturaleza, de su ser. Apreciarle, amarle incluso -lejos de anteponerse a su "amada inmortal"- debería ser lo normal. Beethoven es "Beethoven sordo" y, ya que poco pudo hacerse en este aspecto por él en vida, cabe ahora -pienso- quererle enteramente.
Lo que han tenido a su lado personas con alguna deficiencia o alguna carencia que afecta sus facultades físicas o mentales -como puede ser una sordera- saben cuánto sufre esta gente. Quizás por ello se hacen cercanos y más humanos, hasta el punto de que, en cierta medida, pueden situarse en la cima de los más queridos seres mortales. Pasa como con los niños. En un primer pensamiento pueden parecer más o menos "simpáticos", más o menos "agraciados", más o menos "oportunos" con sus travesuras o sus juegos, pero en el fondo se siente especial ternura hacia ellos.
La vida y peripecias, así como la variada producción musical de Ludwig van Beethoven (Bonn 1770-Viena 1827) no van a ser objeto de estudio en este artículo. Quiero abordar un aspecto que parece colateral, que le trajo de siempre de cabeza: su sobrino Karl, cuya existencia -dicho sea de paso- fue penosa y es harina de otro costal.
Nadie duda que su tío sufrió por su dura vida, pero no menos fácil y cruel fue la de esa criatura, ya desde la cuna. Pudiera llegar a creerse que sobre él no hay mucha literatura y, sin embargo, no hay renglón de la vida beethoveniana que no esté marcada por la existencia de su sobrino Karl van Beethoven (Viena 1806-1858).
Era hijo de Kaspar Anton Karl y de su esposa Johanna. Vivió ajeno al mundo de Ludwig hasta que, a edad temprana, enfermó su progenitor. Este, queriendo proporcionarle y darle algo más que una herencia (era un niño), en el lecho de muerte, decidió ponerlo bajo la tutela de su hermano Ludwig van Beethoven, con una condición: que durante el tiempo que ambos viviesen, madre e hijo no debían separarse, es decir, que entre ellos -Ludwig y Johanna- habrían de entenderse y estar en continua relación.
¿Por qué esta petición? Porque Karl (el hijo) amaba a su madre y, aunque tenía solo seis años cuando esto se redactó, ya era patente esta querencia por una persona que, pese a que le dio la vida, poco hizo por él. Pero Ludwig no podía ver a esa mujer, a Johanna... ¿Cómo acordar con ella la crianza y educación de un niño que, cuando murió su padre, solamente tenía nueve años? Comienza así una verdadera pesadilla para él y su cuñada, a la que consideraba, no sin razón, un tanto coqueta y casquivana.
Bien se sabe que en la biografía de Ludwig hay que resaltar su sordera, así como su búsqueda infructuosa de una mujer con la que poder casarse y formar una familia. Estrés aspectos marcarán toda su vida: la pérdida de oído, los amores imposibles, y un sobrino que le absorbería gran parte de las fuerzas día a día.
De Karl recibió cariño, pero, contrariamente a lo esperado, de Karl no logró hacer cosa buena. Cierto es lo que afirma R. Tagore en un aforismo breve: "El amor es un regalo que no puede darse, sino que más bien espera ser aceptado". No es que este muchacho no recibiese un afecto casi paterno de su tío. Ludwig le quería y se lo demostraba. ¿Cuál era pues el problema? Que ese amor, sin dejar de ser sincero a veces, también era un tanto interesado.
Después de una larga y penosa lucha judicial, no exenta de vaivenes y tensiones, la tutela pasó a manos de Beethoven. Quiso hacer de Karl un hombre de provecho, pero sin contar casi con él ni atender a su parecer.
El sufrimiento es 'cosa' de todosAnte esta situación, Karl en dos ocasiones decidió quitarse de en medio, huyendo de sí mismo y de la peculiar situación en la que le tocó vivir. En el primer intento de suicidio salió ileso gracias a la rápida actuación de su casero que llegó para salvarle de tan herida cruel que puedo llevarle a la muerte. Tampoco consiguió su propósito en la segunda tentativa, pese a haberse armado debidamente con un par de revólveres. Las balas solamente rozaron su sien y fue rescatado a punto de morirse.
Tío y sobrino tenían un carácter que tendía a deprimirse. Tío y sobrino por distintos motivos estaban cansados de la vida. Tío y sobrino eran, en este sentido, unos fracasados. Esto bien pudiese entenderse por lo que respecta a Karl, pero por lo que respecta al Ludwig admirado y, más tarde, considerado como uno de los grandes músicos del siglo XIX, resulta casi un misterio.
De nuevo cito otro aforismo de R. Tagore que, de alguna manera, es aplicable a ambos: "No comprendo el significado de mi papel en el teatro de esta vida, pues no conozco en absoluto los que representan los demás".
En efecto. Tanto uno como otro se sintieron perdidos y heridos por la incomprensión y aceptación de su propia vida. Su reacción, sin embargo, fue diferente. Ludwig, aunque amargado y dolido no pocas veces, afrontó su situación, en parte, por querer, hasta el final de sus días, demostrar su arte, su música, su saber. Karl no asumió, sobre todo en su juventud, su papel. Le proporcionaron estudios y un nivel de vida más que notable para poder defenderse por sí mismo. No fue, no obstante, suficiente para él puesto que también recibía desplantes que le hacían retraerse del mundo, aislarse, y casi huir de su tío y de la mujer que no supo desempeñar su maternal papel.
Con todo, y para rematar aquí, esta triste historia, basta añadir escuetamente que Karl sobrevivió en medio de su batalla interior, pese a sus altibajos y disipada vida juvenil. Formó una familia, fue padre de cinco hijos (cuatro varones y una mujer) y falleció a la edad de 52 años.
Contada a vuela pluma, sin entrar en detalles, esta historia acaba bien. Si no quieren leer mucho hacer de todo esto, pueden hacerse recurrir a ver algunos films que la vida del músico de Bonn ha generado.
La película que más centra en el tema es la realizada por Paul Morrisse: "Le neuve de Beethoven" (1985).
Otros dos films, conocidos y más populares son: "Amor inmortal" (1994), de Bernard Rose con Gary Oldman, así como la más reciente y afamada "Copyng Beethoven" (2006), dirigida por Agnieska Hollandy.
No se fíen mucho de ninguna de ellas. Cine es y como tal, prima lo comercial, buscando llegar al público masivamente y subrayando episodios aislados. Lo mejor, la banda sonora "de fondo", toda ella entresacada de la producción beethoveniana.

A modo de coda de todo lo aquí narrado, estando como estamos sumergidos en una sociedad en la que la depresión y el suicido son hechos que, por desgracia, están al orden del día, traigo a colación dos textos que, aunque no son los mejores que se han escrito, los considero acertados y atinados, además de breves y fáciles de entender:
"Suicidio: un fracaso de todos. Vivimos hacia fuera, enganchados a los likes. Nos valoramos por lo que tenemos y hacemos. Y si algo falla (casa, trabajo, pareja), sentimos que la vida pierde su sentido" (https://www.cuerpomente.com/salud-mental/suicidio-fracaso-todos_918).
"El suicidio es el síntoma que identifica el fracaso de la sociedad (...). En efecto: ante todo, un suicida es una víctima de las deficiencias de los sistemas fundamentados en la búsqueda del bienestar social" (https://www.elperiodico.com/es/entre-todos/participacion/suicidio-sintoma-identifica-fracaso-sociedad-12070312).

Doy un salto y dejo que el que esto lea, reflexione y busque soluciones que estén en su mano ante tan espinoso y poliédrico tema.
Vayamos -vengan conmigo- a algo más amable.
Estamos en Semana Santa. Los pasos de las procesiones y los cánticos que nos rodean, El sufrimiento es 'cosa' de todosentre otras cosas propias de estas fechas, me llevan a pensar que se tenga más en cuenta, a la hora abordar la producción musical de Ludwig van Beethoven, una pieza que pasa casi desapercibida, pese a ser una de las más aclamadas en su tiempo: "Christus am Ölberge" o lo que es lo mismo, "Cristo en el Monte de los Olivos" op. 85.
Es el único "oratorio" de Beethoven, poco dado a escribir música religiosa. No se representa -como correspondería si se tratase de una ópera- pero por su fuerte carga dramática tampoco lo necesita. Transmite el sufrimiento de un momento en el que un hijo (Cristo) se siente abandonado por su padre (Dios) y se enfrenta a una muerte injusta, fruto del delirio de otro hombre (Judas) que, no sobra recordarlo, acabó suicidándose.
Beethoven comenzó a componerlo en 1802 y lo concluyó en 1803, fechas en las que redactó su célebre "Testamento de Heiligenstadt", su texto más íntimo, en donde manifiesta su tormento ante el hecho realmente preocupante para un compositor en la cumbre de su arte: su progresiva sordera.
Realizado en menos de 15 días, es una obra colosal, estrenada en Viena con éxito el 5 de abril de 1803 (hace ahora 220 años) y publicada en 1811. El texto es de un reputado poeta: Franz Xaver Huber.
Al contrario de un "oratorio" al uso, Beethoven prescindió del narrador, lo que hace que la figura de Cristo se vea más ensalzada. Dicen que hay paralelismo entre el sufrimiento de este y el del propio Beethoven. No lo pongo en solfa, pero es un tanto exagerado.
Escrita para soprano, tenor y bajo, con una orquesta completa, apenas se pone encima de un escenario. Para escucharla "enlatada" en una buena versión también hay que rebuscar y armarse de paciencia.
Es intensa. Un "tour de force" para quien la interpreta y para quien la escucha. Atrapa desde el inicio al final, en todo compás. De ahí la escasa discografía y la poca consideración que se le presta. ¡Pena me da!, no lo oculto. pero es lo que hay...
Aquí dejo un enlace con subtítulos en español, para que la degusten con calma:
https://www.youtube.com/watch?v=oYdxxw3RZsg&t=5s

Espero que a esa persona que citaba al inicio le "entren" ya las melodías de Beethoven, como a todo el público que ame este arte.
Una última sugerencia para terminar: quienes nos interesamos por la "música clásica" o programan conciertos, no deberíamos repetir, año tras año, las mismas audiciones en Semana Santa, aunque en sí mismas resulten excelsas. A saber: los diversos "Stabat Mater" (Scarlatti, Pergolesi, Vivaldi, Boccherini, Rossini, Dvorak, Kodály, Rheinberger, Pärt, MacMillan...), las pasiones de J. S. Bach, "Las Siete últimas Palabras de Cristo en la Cruz" de J. Hayden, y todo tipo de Lamentaciones, Réquiems, Misereres, etc.
Hay que ir algo más allá y estar abiertos a otros grandes horizontes, que para eso se ha compuesto, a lo largo de los siglos, un vasto y variado caudal de música sublime, apropiada para todo momento, aunque no estemos en Semana Santa.
Esto no supone "sufrimiento alguno. Más bien, placer y gozo que palía el malestar ante tantas situaciones dolorosas e incomprensibles, sabiendo que el sufrimiento es "cosa" de todos, y que en mínima medida se puede esquivar y mirar hacia otro lado, tanto si nos afecta a nosotros como o a otros.
Alén, Pilar
Alén, Pilar


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